Hay ocasiones en las que encaminas tus pasos a un objetivo que te acaba decepcionando, pero por contra descubres una realidad que ni sabías que existía.

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En el discurrir de este viaje uno de los espacios naturales recomendados por todas las guías es la Reserva Biológica de Huilo Huilo, enclavada en las cercanías de Puerto Fuy, en la comuna de Panguipulli. Forma parte de las Reservas de la Biosfera y acumula premios de sostenibilidad y menciones de ejemplaridad en gestión del medio ambiente. Alguien tendría que revisar los protocolos que han llevado a un conjunto de hoteles de dudoso gusto arquitectónico y un entorno más propio de Jurassic Park, pero ya al final de la película, cuando todo está abandonado y decrepito, a merecer dicha distinción.

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Me explico, es un complejo turístico puro y duro. Los hoteles funcionan normalmente. Sin embargo, las casetas de información están cerradas, el museo está cerrado, los terrarios están cerrados, las señalizaciones de los senderos tuvieron un pasado mejor. La única atracción es un grupo numerosísimo de ciervos rojos europeos, especie invasora traída por los colonos alemanes, que campan por un pasto circundado de pasarelas por las que transitan los visitantes. Los saltos del río Huilo Huilo, lo más espectacular de la parte accesible de esta reserva, están debidamente privatizados y mercantilizados, por lo que si quieres acceder a ellos es previo pago.

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Después de un día de circular por tan extraña Reserva de la Biosfera, nos detuvimos en Neltume, la población más cercana. Un pueblo de casas de madera al estilo chileno que se alinean a lado y lado a lo largo de la carretera de ripio que lo atraviesa.

A simple vista nada que resaltar, aquí no rige la petulancia de Huilo Huilo, donde publicitan que sus edificios tienen un aire «gaudiniano» porque están hechos en piedra y elementos naturales, un paseo por Barcelona quizá les devolviera la humildad perdida.

Nos llama la atención una amplia avenida con un eje ajardinado y varias esculturas, queda a trasmano, y allí en esa avenida polvorienta de un pueblo de montaña se esconde la Historia, así en mayúscula.

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Una nervada figura de bronce, un hombre con el torso desnudo y pantalones y botas de trabajo, extiende los brazos sosteniendo en una mano una paloma. La flanquean dos monolitos con fechas y nombres, demasiados nombres para ser muertos.

La fecha donde se apelotonan la mayoría es 1973: 56 fusilados, ejecutados o desaparecidos. Y 1981, con 15 nombres más. Los primeros es fácil situarlos en el año del golpe de estado del general Pinochet. Los segundos, ocho años después, aún en plena dictadura, suscitan más preguntas si cabe. Lo primero que viene a la mente es el porqué de tantas muertes en un sitio tan pequeño, en estos pueblos de montaña dispersos y mal comunicados. ¿Qué ocurrió aquí?

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La respuesta no está lejos. Un poco más allá, en la misma avenida, una casa de madera profusamente pintada con murales y con una palabra que resalta por encima de todas: RESPETO. Es una casa-museo que se mantiene con las aportaciones populares y con la energía y decisión de Angélica Navarrete.

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En un comienzo es una historia común a muchos lugares. Tierras arrebatadas a los indígenas convertidas en grandes latifundios a finales del s.XIX (fundos de miles de hectáreas) y muchos obreros trabajando. En los años 40-50 del siglo pasado, las grandes familias terratenientes se asociaron para la manufactura de puertas y ventanas de madera, agregando industria a la explotación forestal del bosque nativo. El sistema de remuneración era autárquico, vales que se revertían en las propias tiendas de la compañía. Al mismo tiempo iban estrechando el cerco para expulsar a los pequeños propietarios («No nos trancarán el Paso» documental de 1971, duración 15′, en Youtube). El descontento y la desigualdad social impulsaron la formación de un sindicato potente que agrupó obreros y campesinos.

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En 1970 con la formación del gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, se expropiaron 22 fundos y nació el Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli. Durante 3 años los trabajadores autogestionaron los recursos y su trabajo y reforestaron la cordillera maltratada.

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El golpe de estado acabó con el proyecto y con las vidas de los que más se significaron. Un grupo de 15 hombres se retiró a la montaña y resistió hasta 1981, siendo abatidos por el ejército.

El complejo continuó de titularidad pública en manos de un yerno de Pinochet que lo llevó a la quiebra. Con la restauración de la democracia, paradójicamente, los terrenos fueron puestos a la venta con precios muy bajos, favoreciendo de nuevo la creación de latifundios.

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Ahora volvamos a Huilo Huilo, su propietario Víctor Petermann, fue uno de los más beneficiados. Su propiedad se extiende por unas 100.000 ha. Actualmente es uno de los impulsores de la construcción de presas y embalses para la producción de electricidad, que no revertirá en las comunidades cercanas, sino que se transportará hasta el norte del país, a las zonas mineras y a la capital, Santiago, a través de tendidos de alta tensión que atravesaran miles de km.

Este es un tema que se repite constantemente en todo el territorio chileno. La propiedad de las cuencas fluviales se ha convertido en privada, con la promulgación de leyes que otorgan derechos a grandes corporaciones mixtas con capital extranjero.

Y como a todo Goliat le ha salido un David. En Puerto Fuy, Mario Sandoval, dirigente social, resiste desde su propiedad de 1 ha., contra el despojo del agua y la especulación inmobiliaria. Mercè Duran