Después de una larga jornada de viaje por la puna boliviana, alcanzamos a media tarde el puesto fronterizo de La Quiaca. El paso de Puyehue por el scanner de la aduana argentina es la última formalidad que nos separa de nuestro próximo objetivo, situado en la intersección de la RN9 con la Avenida Paraguay de esa población. Aquí finaliza oficialmente la mítica Ruta 40. Para nosotros es el inicio de un camino prodigioso de 5.200 km. que brinda en su trazado algunos de los rincones más bellos de Sudamérica.

El día es soleado, aunque no plácido del todo. El viento bate con insistencia este lugar de la puna jujeña, fronteriza por muchos kilómetros con Bolivia y poseedora -en conexión con las regiones del país vecino Sur de Lípez y Avaroa– de ecosistemas extraordinarios. Tras un avituallamiento hecho a conciencia en el remozado -y recomendable- mercado municipal de La Quiaca y los depósitos de agua y combustible de Puyehue a rebosar, ponemos rumbo oeste. En escasos minutos, cualquier comunicación que no sea por vía satelital desaparecerá. Será la tónica por unos cuantos días. La pista, aunque amplia, rápida en muchas secciones, es un surco exiguo en un paraje de bordes infinitos. La vegetación es rala, propia de estepas de altura y sometida a largos periodos de sequedad ambiental.

          

Circulamos en torno a los 4.000 metros de altitud y algunos cerros cercanos, seguramente igual o más altos que el Montblanc, parecen plácidas colinas, aunque no faltan otras más intimidatorias a la vista, hacia poniente, marcando el límite con Bolivia. Su aspecto es más oscuro y de contornos algo más abruptos. Es una región de extremos climáticos (en invierno hay registros de -30ºC) y de grandes recursos medioambientales y económicos. Buena parte de la superficie está marcada por un entramado lacustre enorme que da refugio a miles de aves y mamíferos. Ciertos enclaves son titulares de especial protección, como Laguna Pozuelos, declarada Monumento Natural y espacio RAMSAR. Menos frecuentadas, Polulos, Palar y Vilama son otras lagunas que merecen explorarse, mejor cuando ha finalizado el periodo de lluvias, a partir del mes de abril, cuando los caminos dejan de ofrecer ‘sorpresas’ al viajero.

          

Al mismo tiempo, la región es rica en oro, en muchas ocasiones de simple extracción aluvial. Los incas ya paseaban sus reales por aquí, buscando el preciado metal, luego los conquistadores españoles y, posteriormente, oleadas de colonos. Incluso, algunos turistas alentados por sus agencias de viaje se visten de ‘pirqueros’. De risa… La zona de La Rinconada es la más afamada en este aspecto y se cuenta que en los años 20 se encontró una pepita de 7 kg de peso, la más grande jamás encontrada en Argentina. Igualmente, las entrañas de esta recóndita zona del noroeste argentino esconden ingentes recursos minerales, explotados desde tiempos precolombinos, como el entorno de Pirquitas, considerada la población del pais situada a mayor altitud (4.120 msnm) Pero también hay yacimientos mineros situados más arriba, incluso por encima de los 5.000 metros de altitud, perforando el mismo corazón de las montañas, al estilo de Cerro Rico, en Potosí. Mina Aguilar es una de esas moles diseminadas por la zona andina preñadas de plata, plomo y cinc que dan aire a los pulmones de este inmenso país, paradójicamente, sumido en el vilo económico permanente.

          

Cieneguillas, conformada por unas cuadras de casas bajas, es el mayor enclave de la zona. El polvo atormenta la zaga de Puyehue… luego llegará el barro, pero aún no lo sabemos. Tenemos que bajar presiones; vienen con valores de asfalto y ahora, a mayor altura, los Michelin XZL se han puesto como piedras. Las pérdidas de motricidad son frecuentes por lugares como la cañada de Toqueros. Mientras ajustamos los valores de los neumáticos, no podemos evitar barrer con la vista esta inhóspita intersección de caminos próxima a la frontera de Bolivia. Si alguien nos pregunta que hacemos exactamente aquí, sin más compañía animada que nuestras propias sombras, seguramente, no podríamos responder mucho más allá de la manida respuesta “por la atracción irresistible del lugar” o aquello de “estamos dando un paseo”, si el que nos interpela es un paisano.

          

La causa de la seducción puede ser diversa; en nuestro caso, propiciada por los relatos y la pasión de Federico Kirbus (Argentina, 1931 – 2015) un hombre muy interesante que tuvimos el honor de conocer y conversar ampliamente. Federico, además de excelente periodista y escritor, fue un viajero empedernido y un extraordinario conocedor del país sudamericano; su legado sobre ‘La 40’, como popularmente se conoce a esta pista/carretera que conecta el Altiplano con Tierra de Fuego, es el mejor cuando se trata de abordar su historia y hurgar en los lugares más desconocidos del camino.

Desde sus inicios, Mendoza ostentó el hito 0 de la ruta. Pero a partir de 2004, La 40 se dividió en sector Sur y Norte a partir del cruce de la Av. San Martín con la calle Garibaldi de esa ciudad.

Hace ya tiempo tuvimos la oportunidad de comenzar a recorrer buena parte del sector sur o patagónico de la Ruta 40, de algo más de tres mil kilómetros. Quince años después, seguimos descubriendo nuevos lugares y saboreando espacios conocidos pero que parecen distintos -mucho- con el cambio de estación. Lo mismo nos sucede con el sector norte, que emprendemos en su totalidad una década después de haber transitado por los tramos centrales de La Rioja y San Juan.

De las primeras andanzas por La 40, quedamos impresionados por la alternancia de paisajes, los tramos infinitos atravesando quebradas y estepas, de ripio infernal en constante alternancia con asfaltos de la más variada y extraña consistencia, badenes salvajes y vadeos imprevistos; y ascensiones tortuosas, amenazadas por la presencia de la nieve y largas placas de hielo. Actualmente, sin desdeño de los rigores del invierno, del deshielo y de lluvias torrenciales que asustan, como pudimos comprobar durante nuestra visita el verano pasado al Parque Nacional Perito Moreno (ver post relacionado), la conducción es más confortable; en el sector Sur, por ejemplo, el asfalto cubre casi todo el trazado a excepción de tramos situados al norte de Río Mayo y del que parte de cabo Vírgenes (actual km 0) en dirección a Río Turbio.

          

Guardamos el manómetro; ahora sí, con presiones TT la marcha de Puyehue es más cómoda. El lugar, ligeramente tapizado por una hierba corácea, parece la antesala de la nada. Estamos en el origen de una fuente imaginaria donde la vitalidad de las primeras aguas incitando a seguirlas río abajo es sustituida por la llamada de la curiosidad hacia un camino forjado en la épica de las diligencias y las galeras del s. XIX. Pese a los avances tecnológicos actuales, el sector norte, con más de 1.500 km de longitud hasta alcanzar Mendoza, mantiene íntegros los nutrientes espirituales para brindar una gran experiencia a bordo de un automóvil. Desde un punto de vista expedicionario, ‘overland’ que diríamos ahora, el trazado, mayoritariamente de ripio y continuador del centenario Camino del Inca mantiene una genuinidad superior al tramo Sur.

          

El uso de un vehículo de tracción integral está más que justificado, sobre todo si da por apartarse de la ruta principal -inevitable, seguro- y se piensa acometer ascensiones, como las rampas que llevan al Abra del Acay, el tercer paso no pavimentando más alto de América (4.972 m.). tras el Abra de Azuca (5.130 m.s.n.m.) en Perú y el más próximo Abra Picalvique, en Chile (5.083 m.s.n.m).
A medio camino entre las poblaciones de San Antonio de Los Cobres y La Poma, este puerto se construyó a finales de la década de los 50, siguiendo el trazado del camino inca que enlazaba las altiplanicies de la puna con los fértiles valles calchaquíes. Los colonizadores españoles al mando de Diego de Almagro y Juan de Matienzo también seguirían sus huellas faldeando -como en la actualidad- el Nevado del Acay, de casi 6.000 metros de altitud.

También conocido por ‘el nido del viento blanco’ por las enormes y frecuentes tormentas de nieve y granizo procedentes de las cercanas cumbres andinas del SE, su ascensión no está exenta de imprevistos, particularmente en época de lluvias. En máxima altura, los temporales de granizo son devastadores y llegan a colapsar la pista durante días. En invierno, huelga decir que permanece cerrado por la nieve.

Cuando las condiciones climatológicas lo permiten, el hito kilométrico 4601 señala el punto más elevado de la ruta más famosa de Argentina. Oficialmente son 4.895 metros altura, pero no hay unanimidad sobre el registro. Algunos organismos sitúan en 4.966 metros este paso de la Ruta 40, aunque algunas fuentes bien documentadas históricamente señalan los 5.061 metros como la cota verdadera si nos atenemos a las relevaciones del trazado original -apto para personas y caballerías- ubicado unas decenas de metros hacia el este, ladera arriba de donde se encuentran ahora la apacheta (montículo de piedras a modo de altar de costumbres incaicas en honor de la Pachamana donde se realizan ofrendas) y los carteles indicadores de la ruta.

          

En nuestro paso, un día glorioso que nos permitió fantásticas vistas de 360º sobre la cordillera, orillándonos hacia el este del camino, más elevado, nuestro sistema gps Camel Navigattor registró 4.976 metros. Después de un par de intentos frustrados por la climatología, hoy fue un gran día… también creemos que lo ha sido para nuestro camper Puyehue. Pese a ser zarandeado sin compasión por el viento, ha subido sin arritmias, con el corazón firme… M. Duran / Ch. Huete

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