El trabajo de la madera es una de las actividades tradicionales de Chiloé. La construcción de iglesias es la expresión más singular y atractiva para el visitante, pero también hay otras facetas sorprendentes…

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La mayoría de los viajeros y turistas que se acercan al archipiélago de Chiloé lo hacen con la intención de descubrir sus iglesias de madera, más de un centenar repartidas por todas las islas y casi una veintena de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, este fascinante atractivo cultural no es la única expresión de la maestría de los chilotes en el aprovechamiento y manejo de la madera. Hasta bien entrado el siglo XX, las embarcaciones de madera constituían el principal medio de transporte entre las islas. También eran -y siguen siendo en algunas comunidades- el instrumento de trabajo esencial en tanto que pescadores, mariscadores y marineros. De hecho, podría decirse que iglesias y barcas son las expresiones materiales más concisas de la estrecha relación entre la tierra y el mar que sustenta la cultura chilota.

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Nosotros también tomamos el ferry que salva el Canal de Chacao con esa idea dominante de viaje bajo el brazo. Pero a diferencia de nuestra primera visita, acaecida unos años antes y circunscrita a un recorrido básico por la isla grande del archipiélago, ahora buscábamos nuevas visiones sobre el territorio y su marcada insularidad extendiendo el programa a islas interiores abordables con nuestro camper como Lemuy o Quinchao. Para acceder a otras imperdibles como Mechuque o Chaulinec resulta más práctico dejar el vehículo en la isla grande y tomar alguna de las barcas de pasaje.

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El marcaje de las iglesias más sobresalientes desde el punto de vista arquitectónico y artístico, sobre el mapa como San Antonio de Colo, Achao, Aldachildo, Tenaún, San Juan, la arquitectura de Curaco de Vélez, Chonchi o las descubiertas por la península de Lacuy, Rilan o el lago Cucao por citar algunos enclaves, nos ha permitido disfrutar de hermosas jornadas, de paseos inolvidables a pie y en barca y descubrir espacios naturales de gran belleza y más iglesias pintorescas alejadas de los circuitos más habituales. Hemos podido conversar al paso con paisanos y familias en apartadas estancias y asistir a mercados muy locales seguidos de una simpática curiosidad de comerciantes y parroquianos.

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Nuestras expectativas -facilitadas por la enorme amabilidad del isleño- nos ha aproximado a oficios que entroncan en esa relación ancestral del chilota con el mar. Mariscadores de Chacao, recolectores de algas -lugas negras y cochayuyos- de Quincaví o carpinteros de ribera de Castro, Dalcahue y San Juan. A esta última población aposentada en un tranquilo y bello tramo del canal de Dalcahue fuimos bajo el guion de visitar la iglesia de San Juan Bautista, protegida por la Unesco, para acabar descubriendo por poniente, a unos escasos 150 metros, unos astilleros artesanales que nos robaron toda la atención.

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La orilla del mar en ese punto es una confusa línea aguas muy tranquilas y madera. A escasos metros, mecen tres o cuatro embarcaciones de pesca relucientes de varios tamaños que esperan sus nuevos propietarios. Una de ellas, la de mayor tamaño, muy vistosa, pintada en rojo y destinada para la pesca de la centolla, zarpará en unos días camino de Puerto Williams, en Tierra de Fuego. Supera los 15 metros de eslora, aunque no es la más grande.

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En un galpón a tocar el agua, que parece asentarse sobre un tapiz húmedo y grueso de virutas de madera y serrín grueso creado a golpes de gubia, barrenas, cepillos, limas y sierras de todos los calibres y tipos reposa apuntalado el esqueleto de una futura embarcación de 18 metros.

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En el galpón contiguo hay otra de proporciones muy similares, pero en un proceso más avanzado de construcción. Los operarios ya están embutiendo mechas de esparto -antaño se utilizaba la corteza del alerce- entre las franquicias de las maderas que forman el casco. La quilla es de coihue, una especie parecida al roble; el costillar es de ulmo y para los revestimientos, cubierta, puente y casco se recurre tanto al ciprés como al mañío. De este tamaño “hacemos una al año” nos cuenta Daniel Barria, el patrón de estos astilleros de San Juan -uno de los más reputados de toda la costa, según nos enteramos posteriormente- que ocupan a una docena de artesanos, todos maestros en la carpintería de ribera, más tres operarios aprendices.

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Daniel empezó en el oficio de la carpintería de ribera a los 15 años, construyendo su propio bote de 5 metros de eslora, uno muy parecido al que está haciendo el personalmente de forma delicada y aplicando su saber hacer para un personaje público muy conocido en Chile del que, prudentemente, no reveló el nombre. En sus palabras se nota el orgullo de su trabajo, aunque también afloran la nostalgia y cierta preocupación por el futuro de la profesión. “Años atrás éramos a tocar la veintena de astilleros; hoy en día solo quedamos seis en Chiloé que trabajamos de forma continuada en la construcción de embarcaciones de madera de forma totalmente artesanal”. Las causas parecen claras. ”Los materiales sintéticos y las nuevas tecnologías de construcción náutica han reducido tiempos y costes; también los gustos han ido cambiando” Aún así, Barria sigue confiando en la gente del mar auténtica y en Chiloé nunca han dejado de dar muestras de ellos desde tiempos inmemoriales.