Arquitectura de Sajonia, kuchën, buena cerveza bávara y apellidos germanos de tercera generación son algunos de los testimonios del arraigo alemán en la región de Los Lagos.

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A mediados del siglo XIX, concluido el proceso de independencia, Chile inicia una fase de colonización de las tierras al sur del río Bío Bío, la Araucania y la región de Los Lagos. La necesidad de afirmar estos territorios, con escasa presencia de colonos españoles en su interior y debilitar -por no decir arrinconar- de paso la presencia de las comunidades indígenas Huilliches, lleva al gobierno de la época -véanse las figuras de Vicente Pérez Rosales y Bernardo Philippi– a incentivar la llegada de inmigrantes europeos con la entrega de tierras, ganado y aperos para el trabajo. La mayoría de los nuevos colonos fueron de procedencia alemana -entre 30.000 y 40.000 personas- estableciéndose principalmente alrededor del lago Llanquihue. Los lagos Ranco y Puyehue también fueron otros destinos elegidos.

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De aquellos asentamientos surgieron los actuales núcleos urbanos de Puerto Varas, Frutillar o Puerto Octay además de predios y fundos con una impronta germánica innegable. El terreno, antaño dominado por el casi impenetrable bosque húmedo valdiviano, ha dado paso a un paisaje humanizado, con explotaciones ganaderas y agrícolas de primera magnitud que dan a Osorno, la capital de la región, su potencial económico actual. Lo que no ha cambiado es la omnipresencia de los volcanes Osorno y Calbuco -más alejado, el Puntiagudo- cuyos conos ejercen un magnetismo especial del que resulta casi imposible sustraerse.

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Esta atracción, la belleza de ríos y lagos, la armonía del paisaje, en definitiva y los legados históricos de todas las comunidades del lugar justifican adentrarse por esta zona de la Región de Los Lagos. En nuestro caso, emprendimos un recorrido, en su mayoría por pistas de ripio en buen estado, con inicio en la agradable población de Puerto Octay, bordeando la orilla norte del Llanquihue y final en el salto del Calzoncillo, en la escarpada orilla norte del lago Rupanco. Un destino muy, muy especial en tierras nativas huilliches. Entre ambos puntos, multitud de recovecos, aldeas y ensenadas de enorme atractivo para tomarse su tiempo.

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Puerto Octay, recostada en una colina bañada por las aguas del Llanquihue, merece un paseo a pie. Las huellas de los primeros colonos alemanes son presentes en la toponimia del lugar, la cerveza y en la presencia de bellos edificios y mansiones. En uno de ellos, la casa Niklitschek (1920) está ubicado un museo bien pensado que explica la geografía e historia de la ciudad (www.museopuertooctay.cl).

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A unos 5 km de la ciudad, rumbo Osorno, parte a la derecha la pista de ripio que pasa por La Vega y Puerto Fonck. Unas veces más alejados, otras orillando el lago, pero siempre vigilados por el volcán Osorno, el camino deja a ambos márgenes explotaciones ganaderas y agrícolas. Los Fundos de Los Laureles, Lingues, Ulmos, Guindos o el Predio de La Vega contienen además bellos conjuntos arquitectónicos en madera de alerce. En Puerto Fonck, además de sus playas, yergue altiva la iglesia protestante alemana. El cementerio adosado es una página de la historia de los primeros colonos europeos.

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Llegados al Fundo Media Luna cruzamos la U99V, rumbo norte, por ripio también, en subida sostenida. Queremos llegar al lago Rupanco; más agreste y con rincones preciosos como la Bahía Piedras Negras o la Ensenada de Puerto Rico, donde el lago se estrangula hacia Bahía Escocia y finaliza la pista. La orografía es abrupta y el volcán Puntiagudo abruma con su presencia. El nombre no es en balde. No queda más remedio que dar la vuelta, pero el más de centenar de kilómetros merecen la pena. La riba norte es aún más abrupta en este punto.

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El cerro Sarnoso (1.630 m.) ¡bonito nombre! se desploma sobre las aguas dejando acantilados de más de 400 metros en vertical por donde se precipitan torrentes y pequeños riachuelos. Uno de los saltos más llamativos es el del Calzoncillo, visible desde la ensenada de Puerto Rico (posible pernoctar con autorización de la propiedad). Nuestra curiosidad exige una satisfacción. Pero ganar su cabecera debemos retroceder sobre nuestros pasos, bordeando el lago en dirección Este hasta sortear su desaguadero por la aldea de Rupanco. El asfalto nos situará en la población de Entre Lagos y siguiendo por la carretera en dirección a Argentina, a unos 10 kilómetros, sale un desvío que conduce a El Olvido y Santa Elvira. En esta última pequeña comunidad huilliche, unos 15 kilómetros de ripio, frente a una capilla, parte a la derecha una pista recién abierta que nos situará en condiciones de acceder a nuestro objetivo… con permiso de su celador.

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José Quisel es un venerable huilliche que nos atiende con suma cortesía y nos guía hacia el origen del Salto del Calzoncillo. Unos pasos de funambulista y estamos ante el vacío… las aguas límpidas del riachuelo, ahora menguante asegura José, se pulverizan en el aire ante la súbita y vertiginosa caída de… ¡404 metros!, cuenta Quisel, que apela a las mediciones de unos topógrafos gringos que un buen día, como nosotros, se perdieron por estos lares. Pero el encanto del lugar, que es enorme por su privilegiada posición sobre el lago Rupanco, adquiere su auténtica dimensión conversando con el abuelo Quisel y su familia, hijos y nietos. Sus raíces se funden con las de los viejos ulmos y coihues de la finca familiar. Comprendes que, además del historicismo oficial, existen realidades, derechos vulnerados y expectativas que merecen respuestas. Chema Huete